Cuando comencé a ejercer la abogacía, siendo un joven de 21 años, me sorprendía observar -casi cotidianamente- el origen de la mayoría de los pleitos que veía en Tribunales. La razón de ser de muchos de ellos era, en el fondo, la sinrazón de los litigantes cuando comenzaba el desencuentro de voluntades. La pasión -sin compasión- que se ponía en cada acto obnubilaba a las partes y restaba inteligencia en los prolegómenos de cada pleito. Así aprendí que los conflictos legales son siempre conflictos humanos que se desarrollan a través de ciertas vías. La labor del abogado, a mi entender, consiste en reubicar el caso, considerando las diferentes escalas de valores de las partes, y desentrañando la realidad del conflicto, por encima del intercambio de agravios que a veces se puede dar entre los intervinientes.
También en el manejo de una empresa se dan situaciones conflictivas entre personas, secciones o sectores, y grupos de afinidad o de competencia. Arbitrar en todas esas oportunidades es la parte más tediosa de la labor empresarial. Situaciones absurdas no encaradas debidamente desde el comienzo, generan lastimaduras inútiles en los individuos.
Quienes han estudiado la especialidad de accidentología saben que existen momentos y zonas de riesgo, pero que también se dan casos en que las personas actúan inseguramente, y que por lo tanto tienen propensión al accidente. En los conflictos humanos se dan también similares características. Hay actividades y formas de relación que pueden dar lugar a equívocos, y por lo tanto generar transtornos circunstanciales de conducta. También existen personas que no tienen la prudencia suficiente para desenvolverse dentro de un contexto familiar-social. El ser sincero, no autoriza a violentar las reglas morales y sociales de buen trato y caridad. La verdad que uno pueda poseer no debe esgrimirse como una cachiporra que agrede a los demás. Por eso imponer la verdad puede ser mal interpretado por algunos mal formados. Es más aceptable convencer con la verdad que agredir con ella.
Si estos conceptos los aplicamos también en ese gran campo de acción que es la política, descubrimos que se emplea el grueso de la energía y del tiempo en destruir al opositor, y no en construir una situación mejor. Parecería que la lucha por el poder, en algunos casos, forma parte del principio militar de la tierra arrasada, es decir de destruir todo aquello que pueda servir de infraestructura al enemigo político para dejarlo sin aprovisionamiento. ¿Pero es la lucha política una guerra? ¿Tiene que haber en ella heridos, y llegado el caso, también muertos? La acción política es una búsqueda del bien común de la sociedad toda, porque sino no es beneficio común sino sectorial. Destruir algo como parte de una táctica de ocupación, es tergiversar los objetivos finales con medios no éticos que corrompen el entendimiento propio y ajeno.
Por encima del desgaste cotidiano que implica administrar las pequeñas crisis grupales, el verdadero liderazgo está en mantener la visión de los objetivos y fines con claridad, de modo tal que las dificultades de la marcha jamás puedan desorientar al conductor, ni tampoco quienes lo siguen puedan perder la confianza en la capacidad de su líder para llegar a las distintas etapas de un largo camino, que en el fondo es el camino de la vida en los individuos, en los grupos, en las sociedades y en las naciones. Caminar no es siempre avanzar. Avanzar no es siempre correr. Correr no es siempre dejar de esperar.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 292, del 2 de diciembre de 1992