Una sociedad necesita estar orientada por objetivos comunes que la proyecten hacia el futuro. En ese futuro están los hijos y nietos de aquellos que la construyen en un presente cotidiano. Si quienes trabajan duramente en la gestación de un mañana mejor, no adquieren la seguridad de que sus descendientes convivirán en una realidad menos dura, no aportarán el esfuerzo necesario para la transformación
del entorno social.
Esos objetivos deben ser suficientemente precisos como para no alentar divagaciones demagógicas de imposible cumplimiento, y simultáneamente deben representar un común denominador aceptado por la comunidad que habita un país.
Corresponde a los verdaderos estadistas efectuar las propuestas que señalen dichos objetivos.
Más aún, está en su inteligencia definir la estrategia primaria para lograrlos. Su función, casi profética, es unir el presente que duele con el futuro que excita. Son como soles del mediodía, que sin nubes a la vista iluminan perfectamente el camino.
También están aquellos que aprovechan la oscuridad para
brillar por contraste.
Se lucen sobre el apagón, ellos solos son los que siguen el camino trazado, sin servir de ayuda a los demás para que puedan recorrerlo con seguridad y evitando tropiezos. No conducen ni lideran, pero nadie puede negar su existencia manifiesta.
Son importantes porque se ven en momentos en que todo está oculto por la carencia de luz. Su carga pesa en relación a cosas imponderables. Ocupan espacios que otros dejan, y parecen desplazar a quienes ya no están.
Son el Estado porque lo ocupan, pero lo dejan en tal mal estado que resulta difícil de habitar. Son la luz de la Luna, que a veces es menguante.
Y están también aquellos que se comportan como las luciérnagas, que brillan sin alumbrar; son como microscópicos relámpagos que se notan porque todo está oscuro.
La sociedad argentina tiene que acostumbrarse a caminar a ciegas sin desorientarse.
A caminar sabiendo interpretar cada señal, cada ruido y cada hecho, recomponiendo mentalmente un cuadro de situación que le permita avanzar sin daño y en el sentido apropiado.
Sólo así los ciudadanos adquirirán la visión suficiente como para proyectarse hacia adelante con luz propia, independientemente de la luz del Sol o de la Luna.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 219, del 10 de julio de 1991