Saber discernir entre el querer hacer y el poder hacer es fundamental en la toma de decisiones, sean éstas privadas o públicas.
El déficit presupuestario crónico que sufre el país, puede ser de origen moral o intelectual, pero no meramente accidental.
Razones de edad, me permiten afirmar que he sido testigo de los últimos cincuenta años de la vida del país. En ese lapso he presenciado cómo se desaprovechaban ventajas y oportunidades, justamente por no ser capaces en discernir entre el querer y el poder, y el compromiso inteligente de pedir y dar.
La función pública se ha convertido en una especie de beca, para recién estudiar la solución de los problemas que se esgrimieron para llegar al poder.
En tantos años he visto, como ciudadano y periodista, desfilar velozmente, por multitudinarios despachos, funcionarios de todos los niveles. Recuerdo que en mi adolescencia estos hechos me sorprendían y desconcertaban, pero ya siendo joven abogado y economista me irritaba advertir que la puja por el poder era para muchos el afán de apoderarse.
Un episodio circunstancial que me ocurrió, cuando no había llegado a tener treinta años, sirve como un ejemplo de cómo se llega sin estar en plenitud. Me encontraba reunido, discutiendo con hombres importantes un tema político económico que yo creí conocer profundamente hasta que, en un momento dado, y a raíz de la fuerza de mis argumentos, alguien me dijo ¿quiere usted ser ministro?, porque lo designamos de inmediato. El impacto emocional que me produjo ese ofrecimiento intempestivo fue enorme. Mi respuesta les fue tan desconcertante como la oferta: ¡Pero tan mal va el País...!
Muchos años después se entró nuevamente en una situación absolutamente insegura y absurda. Un amigo me preguntó si aceptaría un cargo trascendente en un gobierno en gestación. No lo dejé avanzar en sus ofertas y tratativas y dije que suponía que si él ofrecía algo así, era porque aceptaría una función igual o mejor con la que intentaba tentarme. Pasé rápidamente a la ofensiva y le pregunté a mi amigo que se contestara a sí mismo las siguientes preguntas ¿Cuál es el organigrama ministerial, qué gente lo ocupa actualmente y el nombre de quiénes van a ser reemplazantes, en los casos que corresponda? ¿Cuáles son los cincuenta expedientes fundamentales que ya están esperando la firma en el momento de asumir? ¿Cuál es el presupuesto de su repartición? La última pregunta fue quizás la más dura de todas: ¿Sabes dónde queda tu despacho? Ese amigo asumió poco después una secretaría de Estado, siendo su desempeño un fracaso.
Dentro del mundo de lo absurdo, o del revés, no sería de extrañar que se crearán nuevas secretarías de Estado, o direcciones nacionales con aspectos sugestivos, por ejemplo: Para el Análisis de las otras Secretarías del Estado. De la Difusión de los Actos y Noticias Buenas. Para la no Difusión de Actos y Noticias Malas, y otra ¿Del qué Dirán?
Habría que agregar las de Los Jubilados y Pensionados Pudientes, y una adicional para los que no lo son. La De Hipótesis, De los Hipotéticos, y de La Hipotenusa (para los que vienen de través).
Podría haber una repartición, que atienda en salones vip, a los Ciudadanos Gustosos, y en alguna gran fábrica abandonada a Los Quejosos. Una futura secretaría Ideal de Estado, dentro de un nuevo organigrama, sería la de Las Propinitas, en donde se podría atender los denominados planes trabajar, y el reparto de cajas de alimentos desechables.
¡Por favor no me hagan caso! es sólo una demostración por el absurdo, o una hiriente ironía. Tengo miedo que, esta hipótesis se convierta, en un nuevo Ministerio de la Nueva Planificación de la Burocracia Imperativa.
¿Y las empresas privadas, y sus organigramas? ¡Ah, eso da para otra nota!
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 738, del 20 de junio 2001