Mis vivencias como abogado me fueron enseñando que en el matrimonio existían dos momentos críticos en donde se agigantaban las diferencias, se multiplicaban los errores de comunicación y se resentían, con efectos acumulativos, las distintas etapas de la relación. Esos dos momentos eran: cuando la situación económica del hogar era muy mala y caía en pendiente, y cuando el incremento patrimonial trepaba verticalmente sin dar tiempo de
reacomodo de objetivos y fines.
Es que las grandes caídas, y los rápidos ascensos, generan vértigos en las personas no preparadas adecuadamente para esos movimientos acelerados. Las crisis existenciales que estallan en tales procesos repercuten de inmediato, primero en los círculos más próximos, la familia, y luego en los demás sectores y agrupamientos en donde el ser humano participa necesariamente por su vida social y económica. Es que el fracaso permanente o el éxito importante, generan estados de ánimo de depresión y exaltación que perturban y pueden llegar a obnubilar la recta razón y los sentimientos del sujeto. Pero además la gente que rodea al exitoso o fracasado se siente comprometida por los resultados obtenidos por el mismo, y partícipe responsable si es positivo, o injusta y arbitrariamente damnificado si es negativo. Si bien es cierto que la victoria tiene muchos padres y que la derrota es huérfana, también lo es que no siempre las consecuencias del accionar humano tienen un correlato preciso e inmediato de causa-efecto.
en las sociedades comerciales se pueden dar similares movimientos pendulares de amor-odio, de necesidad y rechazo y de convergencia o refracción. En los momentos críticos de caída, o de crecimiento acelerado, los socios pueden llegar a pensar que un buen gerente puede sustituir a sus partners. Ocurren así episodios ilógicos o injustos que a veces sorprenden a los observadores. Es como si virus desconocidos enfermaran el cuerpo de la empresa produciendo terribles sacudones.
En las sociedades que integran el cuerpo colectivo de una nación también encontramos crisis existenciales cuando ellas no saben controlar adecuadamente los bajones, o los grandes crecimientos de un país. Ninguno de estos momentos son necesariamente fatales si se define con claridad y rapidez la causa de la crisis y se efectúan las correcciones en tiempo. El peligro mayor es que los partícipes del cuerpo social puedan recurrir a un mal asesoramiento, que esté más interesado en acumular honorarios y comisiones, incrementando gastos innecesarios, en vez de asistir con soluciones claras y directas a los preocupados pacientes.
La observación de diferentes tipos de crisis, en el individuo o en las sociedades que integra, me lleva al convencimiento que lo esencial es obtener un buen diagnóstico para definir posteriormente el adecuado tratamiento. Por lo tanto equivocarse en la elección de quienes pueden asistirnos en los momentos dramáticos de grandes tensiones, personales o sociales, significa agregar un elemento adicional al conflicto que puede desorientar aún más a los partícipes. Esto lleva a los más débiles a situaciones de pánico, que les hace creer que existe un naufragio en donde no lo hay, y lo impulsa a tirarse al agua sin necesidad alguna, olvidando que no todos pueden nadar en el océano embravecido.
La serenidad en la caída y la noción de perspectiva en el crecimiento permiten que no se den víctimas y sí expertos sobrevivientes en cada una de las situaciones que afectan a los individuos y al cuerpo social que integran. Eso, si la justicia llega a tiempo.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 313, el 28 de abril de 1993