Semanario REGION®

Del 15 al 21 de Mayo de 2015 - Año 25 - Nº 1.178 - R.N.P.I. Nº 359581

Los pastorcillos mentirosos

Todos hemos escuchado alguna vez cuando éramos chicos, la conocida fábula del pastorcillo mentiroso, que alertaba falsamente a sus mayores sobre la presencia del feroz lobo. Muchos hemos repetido, como padres, dicha historia destinada a generar en nuestros hijos la responsabilidad en la información. Pero como miembros de una sociedad, en la cual la comunicación es un elemento importante en la toma de decisiones, algunas veces nos hemos sentido como hombres inútilmente alarmados, y por lo tanto finalmente descreídos, o como individuos no advertidos a tiempo, y por lo tanto sorprendidos por los hechos. En la mencionada fábula la descripción de las situaciones y los personajes tiende a dejar un mensaje moralizador; sin embargo podría, equivocadamente, perder fuerza en la interpretación de un elemento concreto y real que es el lobo, símbolo de todo peligro destructivo de vidas y bienes.Sostengo siempre que, lamentablemente en el periodismo, puede costar tanto el valor de una solicitada como el precio de un silencio. No hay duda de que la sociedad está plagada de pastorcillos mentirosos que engañan a los ciudadanos, y eso es absoluta y claramente reprochable, pero lo esencial es que no nos olvidemos de la existencia de las manadas de lobos, que en el fondo representan los peligros permanentes que afectan a la Nación y sus habitantes. El hombre, lobo del hombre, decía filosóficamente Hobbes en el siglo XVI, hoy quizás se lo llamaría politólogo. Sin embargo, en líneas generales no es el ser humano en sí el peligroso, sino muchas de sus conductas, y por ende las consecuencias de ellas. Toda acción u omisión que tienda a afectar la seguridad de los individuos y de las familias que integran la sociedad, es una agresión manifiesta o larvada que debe intranquilizar a todos. Cuando hablo de la negación de seguridad me refiero en sentido amplio a todo aquello que perturba injustamente la tranquilidad general, y que su no prevención y solución, es señalada por el sentido común colectivo como algo ilógico y absurdo. La sociedad está plagada de situaciones injustas no corregidas. Por ejemplo, nos choca que quienes representan democráticamente al pueblo adopten posiciones y comportamientos aristocratizantes. La obligación de trabajar que todos tenemos para sobrevivir y crecer, no está siempre complementada con la oportunidad de trabajar. El derecho a la salud se convierte en una mera expresión de deseos cuando la realidad no permite un fácil y universal acceso a la asistencia pública. La Justicia demasiadas veces depende de la calidad de los gestores in-termediarios que peticionan, y no de la razón en sí que asiste a las partes. La seguridad ya no protege sino a unos pocos que la subcontratan, como esos refuerzos vitamínicos que toman aquellos que no tienen una dieta bien balanceada. Se vende protección, oficial u oficiosamente, en forma burda o ele-gante, según quienes la dan o la reciben. Pero en una sociedad moderna el basamento esencial para que se logre la seguridad y la justicia, la salud y el empleo, está dado por una educación integral y generalizada que dé oportunidad a todos. Sin ella la libertad está delimitada por la irresponsabilidad; la igualdad queda reducida a una afónica protesta que no es escuchada; la fraternidad se da exclusivamente en los clubes y cenáculos, y no en las calles ciudadanas, ni en los campos vírgenes.

 

Carlos Besanson

Publicado en el Diario del Viajeronº 483, el 31 de julio de 1996