Hace poco tuve oportunidad de hablar, ante un destacado grupo de periodistas jubilados, sobre la ética periodística. tema éste demasiado vigente en momentos tan críticos, no sólo para nuestro país, sino también para otras naciones.
Hacer autocrítica entre pares no es tarea fácil ni sencilla. Hablar mal, genéricamente, del accionar de algunos de nuestros colegas profesionales, en ciertos casos es como hablar mal de todos nosotros. es una autocrítica incómoda, sobre todo cuando al comienzo de la charla manifesté irónicamente que hay periodistas que no se venden... sólo se alquilan ¿Pero a quiénes se alquilan...?
Un periodista aunque se jubile, sigue siéndolo toda su vida. Publique o no sus nuevas observaciones, las mismas siguen teniendo la metodología y los fundamentos que ejercitó en su profesión. La libertad de expresión de cada uno de nosotros, que constitucionalmente está protegida, no implica que perdamos la obligación ética de ser sinceros y auténticos en nuestra actividad informativa.
Siempre digo que una de nuestras funciones consiste en ser como una especie de espejo, en el cual cada individuo o grupo social se ve reflejado. Ese espejo debe ser fiel y no tener deformaciones que perturben la imagen, y por lo tanto la observación de lo que está reproduciendo. Ese espejo permite que quien se mire en él pueda arreglarse, peinándose debidamente por ejemplo, pero sabiendo que el espejo no puede hacerlo de por sí.
Otras de nuestras tareas puede consistir en el desarrollo de la capacidad de interpretación de los hechos, ayudando a que el ciudadano entienda la razón, o sin razón, de las marchas y contramarchas de la sociedad en donde actúa.
Para aquellos colegas que pretendan asumir un rol adicional, como lo es el preveer a mediano y largo plazo situaciones futuras, la responsabilidad se incrementa, en la medida que muchos integrantes de su público seguidor, pueden interpretar los pronósticos como una apuesta, a la cual están tentados de sumarse especulativamente.
Cada una de estas funciones que describo, genera una enorme responsabilidad profesional y social, que afecta de manera positiva o negativa a quienes siguen a los comunicadores periodísticos a los cuales acceden. Ser un mal espejo que deforma, o un apostador vicioso, daña con el tiempo a quienes lo aceptan como referente.
Se dice que el periodismo puede hacer docencia masiva, pero reconozcamos que a veces es una docencia indecente. Así mismo no todo lo que supuestamente atrae al gran público le es necesario o conveniente. Tampoco no todo lo que distrae ayuda al distraído en su desenvolvimiento social.
Cuando se habla con imprecisión se aplica en el lenguaje la filosofía del más o menos, que tanto daño ha producido a nuestra sociedad, por su ineficiencia en los resultados.
El acto caprichoso no es la expresión de la libertad, porque ésta requiere de la responsabilidad en la toma de decisión y de la aceptación conciente de sus consecuencias. La auténtica libertad requiere de una educación apropiada, en tanto que el capricho es una reacción aleatoria, que no tiene un inteligente y previo fundamento. ¿El periodismo de algunos ayuda a su público a discernir apropiadamente?
Los aplausos de mis colegas jubilados presentes demostraron que supieron perdonarme como simple espejo. Gracias por la invitación.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 804,
del 25 de septiembre de 2002 |