El deambular periódico de los ciudadanos entre urna y urna, y confusas opciones, me lleva a reproducir un texto, vigente aún, publicado hace 21 años, que puede servir a muchos componentes de nuestra sociedad, quienes frecuentemente se preguntan: ¿por quién? ¿por qué?
Desde chico he oído hablar de las tres virtudes teologales, y su aplicación a lo cotidiano. Tener fe es algo más que la letra de una canción, es una creencia firme en algo, en alguien, en un estilo de vida.
La confianza que se adquiere por tener fe da una fuerza interior que permite sobrevivir mejor a las continuas heridas y laceraciones que recibimos en el obrar, aun cuando éste sea justo y correcto. La fe nos da los anticuerpos necesarios para evitar que nuestro espíritu se doblegue frente a posiciones enfermizas. No me estoy refiriendo a la fe religiosa, que es una adicional que se puede o no tener, me refiero a la seguridad que tiene el integrante de una orquesta que sabe qué notas tiene que dar en el momento oportuno para no desentonar en una sinfonía. Así de simple y así de difícil, porque las cosas simples también pueden ser difíciles.
Pero la fe mundana necesita del entendimiento que ilumina, más que la fe ciega que obliga a tener lazarillos. Quienes hablan de fe republicana no deben pedir a los demás cheques en blanco o avales irrestrictos, deben dar a los componentes de esa república la fortaleza que los convierte en ciudadanos no dependientes de magos o astrólogos de la política. Fracasaremos si no enseñamos a vivir en plenitud, conforme a la idea democrática que el ciudadano es el elemento esencial de un pueblo.
Los funcionarios electos o no, son sus servidores públicos que cobran un honorario por cumplir honrada y eficientemente su tarea. Si el accionar no es coherente con esta idea muchos pueden perder la fe, y otros tendrán que buscar el apoyo psicológico de un tercero que le ayude a salir de la dicotomía espiritual en que se ha ubicado. Algunos hablarán incluso de mala fe, lo que implica doblez y alevosía. Pocos, darán fe sobre situaciones que pueden parecer pero no se está seguro si son.
La esperanza se basa en una expectativa lejana pero firme. No tiene esperanza realmente quien juega pues el cálculo de probabilidades no le favorece; el jugador de azar tiene un deseo de algo que él directamente no puede manejar. Su esperanza es tan efímera como la jugada en la cual él participa; desde ya habrá otras jugadas y nuevas expectativas, pero su único acto de voluntad pasa por seguir jugando o dejar de hacerlo.
Esa no es la esperanza de un pueblo. No se puede jugar a largo plazo con grupos humanos que no quieren ser engañados con reglas de juego confusas. La esperanza republicana está también unida a la lógica. Si bien la demostración por el absurdo es válida como una forma de destruir ciertos argumentos, el vivir en el absurdo es el precio más caro que puede pagar el ser humano en soledad o en sociedad. La esperanza también requiere de coherencia para que tenga sustento propio, y necesita más de vivencias que de discursos.
La Justicia es la tercera virtud republicana válida para que funcione la democracia. Implica como elemento necesario la existencia de una libertad plena de información, opinión y expresión. Es difícil que pueda ser aceptada una justicia misteriosa y secreta, que no dé a conocer al público los fundamentos de sus sentencias y sobre todo si el bien público puede ser sustituído como soto voce por el bien propio. Los ciudadanos necesitan una justicia que funcione para mantener la fe y la esperanza, si no todo es un juego en el cual todos perdemos, incluso los que ponen las manos en el fuego.
Alguien me preguntará ¿y la caridad? No puede haber justicia sin caridad...
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 363 del 13 de abril 1994