El calendario moderno ha generado una serie de fechas recordatorias, que en su número, ya abultado, parecería que compitiera con el de los santos en el calendario gregoriano.
Es así que aparecen numerosas invocaciones de festividades vinculadas a hechos o actividades tan dispares y entremezcladas, como si fueran insaculadas de un bolillero de una gran lotería.
Así como a veces se generan en las festividades del santoral pujas por la aparición o desaparición de alguna invocación, así también resulta difícil obtener una información completa de ese calendario laico comercial al cual nos referimos.
Anualmente se festeja el Día Mundial del Turismo, pero nosotros entendemos que debemos celebrar el Día del Turista, porque le damos más importancia a esta última festividad, ya que el consumidor es el rey, aunque muchas veces olvidado, ignorado o desconocido por quienes deben ser sus servidores.
El ciudadano viajero necesita que no lo desorienten y no lo perturben en su búsqueda de buenos destinos. En ese día ¿podremos confiar que quienes tienen la preocupación funcional de promover el turismo nacional se ocupen de informarle al rey?
No hay duda de que el turismo manejado anárquicamente implica un mal aprovechamiento de las posibilidades potenciales. Pero tampoco hay duda de que la excesiva reglamentación e intervención por parte de funcionarios no debidamente capacitados genera otro tipo de anarquía: la de un asfixiante entramado legal.
Cuando la norma no es normal, los hombres no actúan conforme a ella, y si la misma es implementada para que un funcionario adquiera la potestad de decir sí o no a su arbitrio, la regla se convierte no en una recta bien definida, sino en un zigzagueante camino, que por estar mal pavimentado debe aceitarse para evitar el fango.
Cuando se habla con fundamento suficiente del turismo como generador de divisas, debemos recordar que ese turista está buscando, aun a través de la aventura, la paz y el descanso que necesita. Podrá golpearse en una ladera de una montaña y aceptar la lesión sufrida, pero jamás admitirá ser recibido con una piedra. Podrá perderse en una calle de una ciudad, y sonreirá frente a su error, pero será intolerante frente a las callejuelas burocráticas de papeleos inútiles. Podrá no entender el idioma o la tonada localista, pero se esforzará en interpretarlos; pero se resistirá a la jerigonza de funcionarios portadores del no se puede.
Si estamos contentos en agasajar al rey que vendrá, por qué no practicamos con el turista argentino que ya lo tenemos aquí.
En su día, por lo tanto amigo lector, a tout seigneur tout honneur.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero nº 179 del 3 de octubre de 1990 |