...Un solo maestro de vicios, dicen que basta para corromper un gran pueblo.
La Celestina
Ni hay fama, por más que asombre que no sea corruptible.
Alonso de Barros
Testigos para acusaros,
compra el oro corruptor.
Bretón de los Herreros
No hay como la gente de pueblo para describir con un apodo a una persona por sus características físicas, su forma de ser, o la actividad que desarrolla.
También definiciones sobre la vida o situaciones que ella plantea, pintan las cualidades de una comunidad donde todos se conocen o donde sus habitantes no pueden ser anónimos seres.
Suele en esos lugares, no haber más de un negocio del mismo rubro, o si los hay, las particularidades que detentan hacen que la mitad más uno elija uno u otro y así se van formando simpatías o rivalidades.
Es común que todos opinen de todo y de todos. Pero lo pintoresco surge de la llana y categórica forma en que se emiten pareceres sobre hechos o personajes.
Frases sentenciosas y dichos como verdades absolutas, conforman el folklore de lo que sería un lenguaje sólo entendible para los que allí viven. Por eso como un código en común todos saben que todo se sabe y que es mejor ser que parecer.
En el pequeño pueblo no hay lugar para que se escondan los tramposos, los que han defraudado la confianza de sus vecinos, los que tomaron como propio lo que era de muchos, los que prometieron y no cumplieron. Si alguien se puso esas vestimentas debe irse... y de noche. No toleraría la mirada de reprobación y repugnancia de quienes compartían ese mismo cielo. Y difícilmente retornaría, porque por mucho tiempo que pase, siempre se recordará lo que hizo.
Diferente sucede en las grandes urbes. La superpoblación mezcla a los indeseables con los honestos y comunes ciudadanos. La ventaja del anonimato corre a favor de los embusteros. De allí que sea más difícil contestar una pregunta como:
“¿Ha visto usted algún corrupto?”
Claro, nada sencillo es responder a ese interrogante. La imaginería popular los instala como poderosos semidioses que hacen de las suyas, y luego tienen esporádicas apariciones, y aunque no realicen milagros o no tengan devotos, están todavía en algunas pasarelas de la fama, promovidos por quienes no poseen álbumes de recuerdos o no tienen magulladuras por los efectos de estos falsificadores de la honestidad.
No es bueno creer que a los corruptos siempre les va bien con sus deshonestidades. En ocasiones son tan torpes en su afán de adquirir poder o riquezas, que no basta la serie de actos delictivos que realizan para lograr lo que malamente ambicionan. Simplemente porque la imbecilidad es una actitud que se da en ciertos humanos.
También están los que en el pueblo llamarían corruptos de medio pelo. Son los que adoptan algunos trucos o mañas deshonestas con sus vecinos, compañeros de trabajo e inmediatos. Por ejemplo engañando en la realización de la tarea, cualquiera sea ésta, intentando que los demás crean que la está haciendo bien. Ofrecer una cosa por otra, no estudiar y querer zafar. Aceptar la mediocridad como excelencia. Los ejemplos abundan y los convalidamos, muchas veces, con el silencio.
Según el antropólogo Juvenal Arduini la indignación es necesaria para barrer la corrupción. Y agrega, todos quieren la paz, hasta los asesinos y los corruptos. Pero no todos están dispuestos a asumir los caminos que llevan a construir la paz.
Todos olemos a lo que nos dedicamos, frase que dirían los pueblerinos y que podría resumir esas apreciaciones que vamos completando cuando conocemos a una persona. Lleva tiempo, pero sabiendo cuál es la verdadera dimensión que tenemos o que desearíamos alcanzar, sólo así conoceríamos nuestra real estatura.
Elizabeth Tuma
Publicado en el Diario del Viajero n° 946, del 15 de junio de 2005 |