En la guerra, cuando la vida propia y ajena
adquiere un valor precario,
todos los demás valores se vuelven precarios.
Y a la inversa cuando todos los demás valores
se vuelven precarios, la muerte se transforma
en una circunstancia más.
Carlos Besanson
Alguna vez dije que el gran problema humano no es cometer el error, sino saber detectarlo, corregirlo y evitarlo en el futuro; algunos publicitarios sostienen irónicamente que errar es humano reconocerlo es divino.
Frente a este criterio ¿qué significa la tradición para una sociedad? Para los ciudadanos implica conocer bien el punto de partida desde dónde cada uno de nosotros tomamos la posta. De ninguna manera esa tradición constituye la meta, ni tampoco integra las diferentes etapas futuras de la ruta, es solo un referente del camino recorrido y una base de proyección de aquel que hay que transitar.
Este concepto no es un juego de palabras, sino un estilo de vida que es válido en todas las circunstancias. Hace tiempo en un programa de televisión en el cual participé, se discutió el tema de si se creía en la justicia. Los jóvenes participantes tenían sus dudas sobre su vigencia y validez. Ahí sostuve mis permanentes ideas sobre que todos somos jueces de los actos ajenos, y al mismo tiempo somos juzgados por los nuestros. La pérdida de objetividad y equilibrio en el análisis de los comportamientos de los demás nos lleva a que nuestras sentencias no sean nunca definitivas, porque no las hemos fundado en un conocimiento pleno de los sujetos y de sus circunstancias. Muchas veces prejuzgamos sin examinar debidamente todas las pruebas
A veces me cuentan con amargura como muchos compañeros mienten frecuentemente en actitudes de por sí desleales y contradictorias. Ese ejercicio fraudulento del engaño no debe llevarlos de ninguna manera a la creencia que deben compartir idéntica metodología como forma de autodefensa. La mentira debe generar una total prudencia en la estimación de la información, y la ponderación de las conductas. El mentiroso que se sectariza dolosamente en su sutil o torpe estafa a la creencia ajena, debe recibir el mensaje de la pérdida de fe en su persona; jamás la ofuscación, sólo la indiferencia.
Pero tengamos también presente que muchos mienten por cobardía y sin maldad inicial. Evitemos forzar a los demás a mentir, porque los obligaremos a una cadena de nuevas mentiras para encubrir la falta original.
Este criterio es válido no sólo en las relaciones interpersonales sino también en las que corresponden dentro de una sociedad. La mentira parecería que fuera socialmente un pecado leve, sin embargo su ejercicio metódico es la forma de encubrir la pérdida sistemática de una serie de valores trascendentes que terminan en la deslealtad y la traición hacia los demás.
Los compañeros incorregiblemente mentirosos serán también profesionales mentirosos, cualquiera sea la labor que desarrollen. Aquellos que juegan a la falsía como ejercicio de competencia llegarán a ser magos de la palabra y ruines de los hechos. Hasta pueden llegar a desempeñarse en 1a función pública como salvadores de un país. Esa será sin lugar a dudas su gran mentira. Y en ese caso ya no cabe el perdón en una sentencia justa.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 517, del 26 de marzo de 1997 |