Publicado en el Diario del Viajero nº 312, del 21 de abril de 1993
Cuando aparecimos con la primera edición del Diario del Viajero teníamos muy bien definido a nuestro público lector, simplemente buscábamos gente como nosotros. Pensamos en un diario de análisis y no de propaganda, de formación y no de desinformación por exceso de noticias. Quisimos hacer el diario de complemento que nos gustaría leer permanentemente.
De los tímidos mil ejemplares iniciales, a los exultantes doscientos cincuenta mil ejemplares actuales, mucho aprendimos y conocimos. Pero la experiencia más gratificante es el encuentro constante con nuestros lectores a través de sus cartas, llamadas telefónicas, visitas a la redacción, y su asistencia a muchas charlas y seminarios en todo el país, a los que gustosamente concurrimos invitados.
Hemos tenido que luchar contra muchos prejuicios incorrectos. Un ejemplo de ello era que los diarios que se distribuyen gratuitamente no resultaban apreciados por el lector. Sólo aquello que se paga vale, fue el concepto dentro del cual se nos pretendió enmarcar. Pudimos demostrar en cambio que sólo se lee lo que vale, aun cuando no se cobre por ello. O como nos dijo en una ocasión una lectora que sostenía un ejemplar de Diario del Viajero: Esto no tiene precio, aludiendo implícitamente al valor de lo que contenía y no a su gratuidad. También tuvimos que demostrar que ocho páginas bien provistas de una información y documentación seleccionada tenían peso por sí mismas, independientemente de otras publicaciones que agregaban secciones sin consistencia periodística, en la mera búsqueda de volumen olvidando la importancia de los mensajes. También aprendimos a aceptar con gracia el cariñoso mote de Diarito con que algunos lectores entusiastas nos mencionaban, porque en el fondo estaba implícito el reconocimiento que no regalábamos papel sino ideas.
En nuestra larga actividad periodística, comenzada mucho antes con la Agencia Periodística CID, nos fijamos una política que fue la de ser observadores de la realidad, apartándonos de los personajes que pudieran comprometer nuestra libertad de criterio. Nuestros colegas de la prensa no nos han visto nunca en coqueteos de salón, que a veces terminan siendo de alcoba. Hemos visto pasar muchos gobiernos sin que ninguno nos viera subir al carro del vencedor circunstancial. Es que descubrimos a fuerza de examinar la política, una ecuación que dice: el devenir de la historia es imprevisible, como lo es el hombre en sus reacciones. La ignorancia y la torpeza agregan incógnitas y variables que generan posibilidades adicionales. Nuestro país es el resultado de ello.
La defensa de nuestros lectores como ciudadanos nos llevó muchas veces a posiciones tajantes, pero sin buscar el escándalo. La costumbre insolente de muchos funcionarios de diferentes gobiernos nacionales y provinciales, de apoderarse de la cosa pública para sus lujos privados nos llevó a escribir despectivamente: el boato, es la flatulencia de quienes no saben digerir el bienestar.
Por ello el Diario del Viajero y sus lectores, adoptan la posición de observadores comprometidos con la sociedad, respetando la vida privada de la gente, pero examinando las consecuencias de los actos públicos de los hombres públicos.
No tenemos secretos. Vivimos como sentimos, y escribimos como vivimos. Nuestra fuerza está en la libertad. Nuestro honor en la responsabilidad. El éxito, en la capacidad. Junto a nuestros lectores buscaremos la satisfacción de percibir la plenitud de la ciudadanía.
Elizabeth y Carlos Besanson |