La preocupación universal por los temas eco-lógicos pasa generalmente por la discusión de las políticas que deben seguir los gobiernos a fin de evitar una degradación del medio ambiente. Sin embargo, si aceptamos que el cambio debe producirse exclusivamente en el orden político, estamos marginando a la ciudadanía de un tema importante y de un problema existencial.
Uno de los errores tradicionales de muchos pueblos es creer que las transformaciones deben producirse desde arriba. Pienso que cuando así no ocurre, es el ciudadano el que debe generar, con su acción y reclamo, los cambios de conducta imprescindibles para mantener una lógica coherencia social que permita el bienestar general.
Una opinión pública cada vez más generalizada pide soluciones rápidas sobre el tema y no discursos declamatorios, de políticos y funcionarios, que no tienen clase pero sí intereses particulares.
Poco a poco una conciencia universal señala que nada de lo que ocurre en nuestro Mundo nos debe ser ajeno. Las transformaciones ambientales hacen a la inmediatez geográfica y temporal del quehacer humano. El legado a nuestros hijos no puede ser un planeta insalubre y malsano, o un páramo sin belleza. El aporte intelectual de generaciones y la creación constante de un mayor confort no se puede revertir en una desinteligencia que haga incómodo el hábitat
Pero frente a esta amenaza ¿cómo convertirnos de sujetos pasivos en activos operadores cotidianos de una nueva forma de vida? En primer lugar debemos cesar con la política del desperdicio producida por una pseudo filosofía del consumismo. El desecho mayor es el desaprovechamiento racional de los bienes, consumibles o durables, que nos ha imbuido una publicidad no ética. El tener lo innecesario, el poseer lo que nos ofrece una moda superficial y pasajera, el gastar en lo inservible para sustituirlo por otro objeto también inservible, son variantes de ese consumismo que, como una droga adictiva, termina degenerando la voluntad y la inteligencia.
No es fácil apartarse de hábitos generalizados, pero las grandes crisis permiten tomar conciencia de los males y de los caminos hacia su solución. Son los hombres, en su conducta, quienes han producido este peligro. Sólo el cambio de actitud puede hacerlo cesar.
Planifiquemos, por ejemplo, uno de los muchos caminos que tenemos para recorrer y que podemos ejecutar ya cada uno de nosotros. El reciclaje de los insumos es uno de los más sencillos disponibles, y que puede otorgarnos satisfacciones colaterales. Bastaría que los niños, a través de las cooperadoras escolares, juntaran todo lo que es papel, vidrios y metales, para evitar la pérdida de una materia prima valiosa para posteriores reelaboraciones. Esos escolares, en la reventa de los insumos que efectuarían las cooperadoras, obtendrían un ingreso como aporte a sus comedores, y al mantenimiento de los servicios que presta el colegio. De esta manera colaborarían con el entorno ecológico en el cual viven, y simultáneamente con las escuelas que los forman para su futuro.
La experiencia nos señala que la participación de los niños en campañas de este tipo producen positivas reacciones de simpatía, que comprometen a los mayores. En los Estados Unidos de América se señala que la edición dominical del New York Time equivale a un consumo impresionante de pulpa de madera proveniente de cientos de hectáreas. Esa toma de conciencia ha hecho que muchos diarios de ese país señalen que en parte están confeccionados con papel reciclado, y que asímismo hayan tomado medidas para un mejor aprovechamiento de la superficie de sus páginas para ahorrar espacio. Otro tanto se hace en Europa, a lo que se le suma una hábil recolección de envases y residuos reciclables.
No bastan ya los estudios enjundiosos sobre el tema, las soluciones deben comenzar en nosotros, con nosotros y para todos. Los problemas universales pueden ser, como en este caso, una sumatoria de errores individuales que se minimizaron en su importancia al pensarse únicamente en el individuo aislado de una sociedad que lo contiene. Aportemos nuestra solución personal para que sea un ejemplo colectivo.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 266 del 8 de junio de 1992 |