Desde niño oí decir: si hay miseria que no se note. Como todos los slogans modernos, también los antiguos tienen diferentesinterpretaciones. En este caso ¿debeentenderse que, en la miseria uno debeactuar con dignidad? o, ¿debe disimularsede modo tal, que nadie se de cuentade la realidad, y por lo tanto seguir un trende vida que no corresponde?.
En mi larga vida conocí la aplicación de ambas interpretaciones, y los enormes perjuicios que la segunda de ellas generaba en quienes pretendían engañar al prójimo con las apariencias.
La imagen es sólo un ángulo de la realidad. Quienes trabajan como asesores sobre este tema, saben que hay un momento en que las grandes expectativas que se generan sobre un producto, o un personaje, pueden llevar al desengaño a quienes comprueban posteriormente la falsa relación entre la promesa, o el compromiso, y el resultado de los hechos. Esto se aplica tanto al marketing de servicios u objetos, como a la promoción de artistas o individuos.
La vieja historia del Rey desnudo (DV nº 486, del 21 de agosto de 1996) se sigue repitiendo constantemente en todos los lugares de este mundo, donde el hombre vive en sociedad. Pero lo esencial en todo acto es que cuanto antes aceptemos la realidad, aunque sea bochornosa, antes tendremos ocasión de corregirla adecuadamente.
Una sociedad crece, en la medida que el nivel ético e intelectual de sus componentes, se eleve por encima de los intereses ocultos que tienden a bastardearla.
Tengo muy presente dos experiencias, distintas pero ejemplificadoras, de mi primera época como joven abogado. Conocí un personaje que ocupaba un puesto importante en una gran empresa; este individuo era deshonesto, mediocre y poco trabajador; tenía una característica, la de hablar públicamente muy bien de todo el mundo. Por lo tanto todo aquel que quisiera criticarlo por sus deméritos, aparentemente quedaba como un desagradecido, o un traidor. Sus alabanzas a los demás inhibían las críticas que todos guardaban en su fuero íntimo. Hasta que se descubrió el modus operandi comprometedor. Bastó que alguien diera una opinión sincera sobre él, para que se rompiera el silencio y el falso ocultamiento.
El otro caso que conocí era un personaje diametralmente opuesto, hablaba mal de todo el mundo. Siempre encontraba defectos, o errores ajenos. No bastaba que se hubieran corregido o neutralizado las fallas humanas; para él si alguien era abstemio, seguro que escondía su condición de alcóholico anónimo. ¿Qué buscaba con esta forma de apreciar, o despreciar a los seres humanos? Simplemente el no ser el único perverso.
Ambos personajes finalmente fracasaron en sus vidas, pero fueron emergentes de dos facetas de una misma falsía. En las sociedades modernas es tan injusto pensar en la permanente perfección de los santos, como en la imposibilidad de arrepentimiento de los que no lo son. Pero lo importante es que no se castigue a los santos, porque molestan, ni dejemos de dar una oportunidad al auténtico arrepentido, que repara el daño producido a los demás. Lo contrario, la vivencia de lo absurdo, se impondría sobre nuestros destinos en forma intolerable.
Perder la esperanza de la justicia en los hombres es negar la posibilidad de la justicia de los Jueces.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 743, el 25 de julio de 2001 |