La corrupción nunca es democrática porque las maniobras espúrias que implica, rompen la igualdad de oportunidades a la que tenemos derecho todos. Es decir, unos pocos oportunistas fraudulentos desplazan las expectativas de los demás integrantes de una sociedad que pretende regirse con sentido de justicia.
Quienes participan de la corrupción buscan fundamentalmente la acumulación de poder político-económico sin darle un uso social beneficioso. Son malvivientes que actúan insertándose en estratos superiores del gasto, tratando de transferir su confusión entre nivel de consumo y nivel de representatividad social. Con el dinero pretenden comprar conciencias y conductas sin darse cuenta que en ese ambiente nada se tiene definitivamente, a lo sumo se alquila como un bien de uso de rápido desgaste.
Si la prostitución es el uso efímero y transitorio del cuerpo de otro a cambio de una negociación económica, tabulada también por la oferta y la demanda, la corrupción político-empresaria es el uso transitorio de falsas honras y famas, que una vez perdidas sus ausencias se esconden detrás de falsos decorados. Quien ejerce la prostitución carga con la misma denominación cualquiera sea la tarifa que cobre o la frecuencia con que lo haga. El corrupto, aunque actúe como tal en forma alternativa, o por períodos salteados, ejerce la prostitución del espíritu, y por lo tanto debe cargar con los mismos apelativos que los adjudicados a los que alquilan su cuerpo.
El concepto de honor se puede desarrollar desde chico en la familia, en la escuela, en la sociedad. Pero el honor jamás es hereditario, a lo sumo se aprende y se da; pero nadie lo adquiere por el simple hecho de tener un apellido, un título, una profesión. El honor se tiene por el constante y pleno ejercicio de la responsabilidad personal. Cada individuo es titular de su propio honor; sus antecedentes familiares y profesionales sólo le generan mayores responsabilidades para continuar una labor, jamás significan una prueba indiscutible que lo diferencie de los demás componentes de la sociedad.
Es así que es falso el esquema de que hay un honor militar que pueda considerarse superior o con más prerrogativas al honor ciudadano. Tampoco es aceptable que el honor de un abogado sea más justo, o que el de un médico sea más sano o un periodista más verídico que el resto de la sociedad.Cada una de esas actividades no generan prerrogativas especiales sino obligaciones inmanentes propias de la profesionalidad de su ejercicio. Demás está decir que el honor no se incrementa por la mera acumulación de apellidos de ancestros ilustres con que algunos pretenden adquirir un bill de inmunidad.
La sociedad toda no debe aceptar más juegos de palabras. La muerte no es el fin de la vida, es sólo el final de la misma. Si se piensa que es sólo el fin, el honor se pierde con ella. Si es apenas el final, el honor perdura en el recuerdo de todos, y todos pretenderán ser los herederos responsables de ese recuerdo.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 445, el 8 de noviembre de 1995 |