Una de las historias fantasiosas de los cuentos de Las Mil y Una Noches es aquella que se refiere a un personaje imaginario, denominado Aladino, quien se apropia, con no mucha lealtad, de un anillo y de una lámpara con virtudes aparentemente mágicas.
Ese cuento oriental, destinado a entretener superficialmente a quienes lo escuchaban, tiene como fundamento único aprovechar los sueños y falsas expectativas de quienes creen especulativamente que la suerte y la magia van a transformar las vidas de aquellos que no tienen ideas inteligentes, e ideales honestos.
Considerar que frotar el anillo o la lámpara de la historia o historieta de Aladino, cambia la vida de quién lo hace, es mantenerlo en la sumisión de una mediocre realidad a cambio de la falsa promesa de un futuro inexistente.
En criminología se dice que muchas personas defraudadas han sido, en el fondo, aprendices frustrados de defraudadores. Es decir que la víctima pretendía, en su apetencia de ventaja, obtener un resultado desmedido de su accionar. El defraudador, hábil conocedor de la psicología humana usa como carnada, casi siempre, la especulación de su cliente.
El desarrollo del juego en ciertas sociedades marca los índices de cultura, ética, laboriosidad y preparación de sus individuos componentes. Cuando el Estado no puede ofrecer seguridad y un stándar mínimo a sus habitantes, el juego es la distracción que aparece equivocadamente como opción. Si aceptamos el criterio de que aquel que gana es un vivo, tenemos que pensar como contrapartida que todos los demás que pierden en esa misma jugada, están muertos o por lo menos agónicos.
Muchos gobiernos han pretendido sustituír la incertidumbre de sus políticas por el azar de sus loterías y casinos. La timba reemplaza a la estrategia con objetivos y el garito a la Universidad. Todo ello en una mezcla de Cambalache que genera mayor desconcierto en aquellos que miran la vidriera de esos actos-objetos.
Pero también buscan la lámpara de Aladino muchos ahorristas que aspiran a que la especulación de la Bolsa les reditúe grandes diferencias positivas, olvidándose que es la rentabilidad de las empresas la que debería marcar las fluctuaciones de las acciones, y no el ingreso circunstancial de capitales golondrinas, que alteran el curso de las cotizaciones mediante acciones concertadas para descolocar al pequeño inversor.
La cultura del trabajo inteligente no puede estar jamás representada por los frotadores de las lámparas de Aladino, que ya tanto se han vulgarizado. Hasta la magia se envía ahora por correo, a pagar con tarjeta de crédito. El arte de la comercialización ha descubierto que es factible fiar a los ingenuos y que los incautos aceptan pagar en cuotas. Se puede aprender mucho sin estudiar casi nada, o hacerse rico con seguridad sin trabajar, o conseguir la pareja más espectacular siendo un mediocre, para todo ello no hace falta tener dinero, sólo es suficiente la pequeña contribución de unas cuotas.
La lámpara de Aladino no sólo no existe con sus poderes, sino que tampoco alumbra. En todos los aspectos, es un fraude.
Carlos Besanson
El 23 de agosto de 1995 en la edición n° 434 se dió a conocer esta nota editorial. Han pasado muchos años y la misma mantiene su vigencia. Es que al ser humano le cuesta hacer autocrítica para corregir errores presentes y futuros. |