No siempre el ruido o el barullo tienen el mismo fundamento en cada caso específico. Si solamente lo midiéramos en decibeles estaríamos registrando algo importante que es el sonido, pero no el mensaje. Por ejemplo si reuniéramos la misma cantidad de gente que se riera a carcajadas y la cotejáramos con otra que gritara insultos, puede haber empate, pero diferirían los hechos y situaciones.
Entonces ¿cómo medimos el silencio? ya que no tiene ruido audible en su entorno, y ¿cómo interpretarlo? ¿Como un acto de desconocimiento o de consentimiento?
Tener buena información en una sociedad que aspira a ser democrática es fundamental. Si el ciudadano no está bien informado, su voto puede ser sujeto a escrutiño a favor o en contra de ... pero carece de suficiente sustento.
A su vez si esa persona no puede transmitir públicamente sus inquietudes y sus ideas, como así también las posibles soluciones a los problemas, sus derechos cívicos quedan ahogados en la nada.
Quienes se convierten en profesionales de la política saben qué decir, a quienes, cuando y en donde. Pero esa técnica que puede ser exitosa para ocupar cargos, o aspirar a ellos, no siempre esta fundada en la verdad de los dichos y de los hechos.
Para interpretar más fácilmente el título de este artículo: El silencio no es consenso, podemos imaginar un teatro lleno de gente en el cual se representa una obra con muchos actos y un gran elenco. Si después de cada escena importante hay un silencio, el mismo ¿cómo debe ser tomado por los responsables de la puesta en escena, sean estos directores o actores? Momentáneamente el público es para esos personajes algo que justifica o no esa representación teatral.
Desde ya, la intensidad de los aplausos también tiene un mensaje claro o diluido según la fuerza de las palmadas. Y si el examen fue malo los abucheos se convierten en votos negativos. En ese caso la adecuada cultura de los fastidiados presentes impide que se rompan las butacas o se orine el piso.
Los periodistas que conocemos algo de lo descrito, también hemos aprendido a darnos cuenta cuando el interés de los asistentes se va perdiendo. Movimientos en los asientos, en las piernas, en los brazos, toses y carraspeos, algunas cortas y nerviosas conversaciones entre la gente, son simbólicos mensajes de desconcentración de los espectadores.
En algunos medios escritos las cartas de lectores transmiten aplausos o silbidos. La importancia de su trascripción parcial es grande porque rompe el silencio y facilita  la decisión de asistir o no a una nueva puesta en escena de una obra que puede ser magnao nefasta en sus resultados.
Ese público que sintió que le hicieron perder el tiempo, puede llegar a ser tan grande como casi la población de un país, sea este de un primer, o de un último mundo.

Carlos Besanson