Si la vida posee muchas etapas, ellas no tienen siempre un ordenamiento secuencial lógico. Se dice, por ejemplo, que la niñez es la época del aprendizaje, ¿pero acaso no tenemos que seguir aprendiendo constantemente mientras vivimos?
Se afirma que la juventud es la etapa del amor, como si los ancianos no tuvieran la suficiente capacidad de ternura, y sus sentidos no percibieran la presencia de un ser querido.
Se nos inculca que la madurez da responsabilidad, confundiendo la aceptación ética de los méritos y deméritos propios, con la edad del titular de los mismos.
Se propaga que la vejez es la época del descanso merecido, y vemos que no es cierto porque merecemos descansar después de cada jornada intensa, y no al fin de nuestros días, en que se confunde descanso con no hacer nada y por lo tanto el dejar de hacer nos lleva de hecho a dejar de existir para la sociedad.
No se nos explica claramente que el trabajar mucho conlleva el ahorrar para el futuro incierto, y no necesariamente a gastar ya. Sobre el particular hace falta señalar que la sociedad contemporánea gasta mal, es decir malgasta su tiempo, sus energías, sus riquezas. El hombre se gasta también con el mal gasto.
La palabra de un viejo no vale más que la de un joven, y viceversa. El honor es una actitud ética cuya vigencia depende de cada individuo y su incidencia en la sociedad ayudará a mejorar, o no, el promedio de una comunidad.
Recuerdo que, una vez, mi esposa me comentaba sorprendida, sobre la actitud fraudulenta de un viejo profesional, que vivía claramente descolocado frente al código penal. -¡Pero no puede ser, que una persona de su edad actúe de esa manera! me decía- ¿Qué es lo que te hace pensar que todos los delincuentes juveniles mueren prematuramente?, le contesté.
El nivel cultural general puede ser incentivado desde un gobierno, pero renegaríamos de nuestro derecho y obligación de gobernarnos a nosotros mismos, como personas soberanas que somos en nuestro íntimo destino, si aceptamos exclusivamente las opciones que nos marcan justamente quienes nos deben representar como ciudadanos
Esta confusión constante de situaciones y conductas puede descolocar a aquellos que no han definido adecuadamente cuál es el norte en su vida, y por ende el rumbo a seguir. Pero jamás puede equivocar su estrategia, y por lo tanto su línea ética, quien sabe asumir su responsabilidad de ser, de existir, de pertenecer, de asistir, de aprender, de bien vivir, y finalmente de saber morir. Y esto es válido para aquel que actúa por sí, como integrante de una familia, y como miembro de una sociedad.
Publicado en el Diario del Viajero nº 285, el 14 de octubre de 1992 |