Existe todo un desarrollo argumental sobre qué es previsible, o no, en los actos de la naturaleza y en los hechos de los hombres. Esos análisis doctrinarios tienden más a justificar que a prevenir, a consolar que a salvar, a eludir en vez de enfrentar. Si bien el cálculo de lo previsible podría llegar hasta el infinito, de la misma manera que el cálculo matemático de probabilidades, existen riesgos aceptables, en la medida en que se tome conciencia de ellos, y otros que de ninguna manera deben tolerarse, porque están en juego valores que son altamente representativos por sus características y compromisos.
La falta de previsión puede adquirir la apariencia de un juego en el cual se apuesta a que algo no va a pasar. Así puede ocurrir que se ahorre el valor de lo que se apuesta, a cambio que no se dé lo posible o probable. Es así que se juega la salud apostando a que el servicio de aguas corrientes y cloacas del país podía aguantar unas presidencias más. Las enfermedades y epidemias que estamos sufriendo demuestran que hemos perdido en esa chance.
También así se da en el sistema educativo argentino que se fue oxidando en el tiempo , sin que las múltiples advertencias bastaran para prevenir una tendencia decadente. Cientos de miles de alumnos mal preparados para el trabajo exhiben su frustración, de la cual también ellos son en parte responsables.
Si de seguridad y de justicia tenemos que hablar, también en esos puntos encontramos una lentitud que da la sensación generalizada que no se llega a tiempo. Ni el honor ni el patrimonio de los ciudadanos están socialmente protegidos en forma adecuada. No nos olvidemos que afecta al decoro nacional la impunidad de toda actitud indecorosa de un funcionario o mandatario. No basta como explicación la enorme cantidad de casos a los cuales deben abocarse los jueces y sus auxiliares; ello era previsible con el aumento constante de la población y de sus consecuentes actividades.
También el ahorro forzado que obligatoriamente tuvo que hacer la mitad de nuestra población, con la excusa de una vejez tranquila ha sido imprevistamente dilapidado. La desventura y la incertidumbre es un castigo inmerecido para aquellos que no tienen ya la fortaleza para devolver esos agravios.
Esta es una sumatoria de errores, sustracciones, subyacentes indiferencias y sobre todo juego en el cual, como en una ruleta rusa se arriesga la salud, la vida, el honor y la tranquilidad de los demás, mientras se busca inmerecidamente la fortuna propia de unos pocos. Nadie en justicia puede alegar la teoría de la imprevisión, pues lo único que podía estar en duda era cuándo iban a ocurrir en el tiempo, los hechos y episodios que todos lamentamos, y quiénes iban a ser sus primeras víctimas. Hemos jugado a la ruleta rusa tan torpemente que hemos seguido gatillando el revólver indefinidamente.
Si aprendemos, en función de criterio de error y corrección debemos comenzar ya un trabajo solidario de reconstrucción ético-moral que sancione colectivamente a quienes desde siempre ocupan la cosa pública sin ocuparse de ella.No dependamos exclusivamente de una sentencia penal. El desprecio social hacia quienes nos burlaron puede llegar a ser hasta perpetuo. Esa debe ser nuestra sanción.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero nº 254 del 11 de marzo de 1992 |