El mundo nos queda chico, pero a pesar de ello lo que le pasa al vecino parece que muy poco nos importa.
Colmada la capacidad de asombro, la sensibilidad es como una cuerda que se soltó de un instrumento imaginario, y sólo se recompondría si la melodía la tarareásemos todos.
La tecnología acerca al ser humano, pero no escuchamos los lamentos ocasionados por las guerras en los distintos frentes de batalla.
El dolor humano es un idioma que no necesita de intérpretes. Pero a pesar de ello, no todos lo entienden.
La confiada entrega que otorga un niño al dar su mano, debería -como imagen- preceder a todas las páginas de un protocolo de reunión de dirigentes que deciden por el bienestar o desarraigo de millones de personas.
Por qué se convierte en liturgia creer que sólo cometen pecado los que no acuden a nuestro habitual culto.
El mismo útero los cobijó, la misma tierra los vio nacer, y ellos aceptaron ser hermanos en pugna pagando el inadmisible y doloroso precio de ofrecer a sus hijos en injusto sacrificio.
La sencillez, pariente desacreditada de las actitudes, ya no es invitada a ser parte de las relaciones humanas. La transparencia, fue empañada por la complejidad que enturbia los procesos de entendimiento y acercamiento. Mientras tanto, sólo el monocorde sufrimiento trasciende.
La selectiva visión de nuestra mirada se detiene. Ya no mira el calendario. No interesan los días que van pasando. Esas vidas no son las nuestras.
La distancia aleja sentimientos y hasta los olores pierden su nombre. Nauseabundos, trepidantes, fugaces, ahogados, oscuros, llenos de ausencias. Silbantes, rasantes y erizantes.
La conciencia juega a cambiar su destino, adormecida hasta la insensibilidad. Piensa tal vez, adornar brillosos y lujosos zombies que creen hacer andar al planeta.
Un andamio reemplaza la escala de valores. Muchos pretenden que un analfabetismo moral globalizado, sea visto como tiempos donde ya nada pueda cambiar.
En ese desorden la hoja de ruta no se encuentra. El miedo juega su papel. No hay ejercicio de sobrevivencia para el amor. Quedan ciegos y balbuceantes los que aplican la filosofía de ojo por ojo y diente por diente.
La palabra compartir corrió la misma suerte que distribuir. Están fuera de uso. El mundo ya no es aquél desconocido a descubrir, la tecnología lo acerca, y la mesa para comer cada vez es más chica y quedan muchos sin sentarse. Un mantel que tejido con cooperación y comunicación podría agrandarla, para cuando suceda, la gran invitada sería una paz que aún no tiene ocasión de vestir sus galas.
Violencia tiene más letras que paz y ahoga con su furia los reclamos de ésta ya silenciosa y casi muda.
Hay quienes compran plateas y sólo observan el escenario, otros forzados protagonistas, tratan de hacer el mejor papel.
Los que no reservan entradas apenas entienden los argumentos.
Elizabeth Tuma |
