Uno de los conceptos fundamentales, que cada joven va recibiendo en su formación educativa, es el de Patria, es decir el lugar en donde descansan sus padres, y el de soberanía del Estado. Pero esas ideas-fuerza que ayudan a definir objetivos trascendentes tienen diversas y dispersas interpretaciones y aplicaciones. Tal es así que muchas veces fueron usadas como argumento de políticas nefastas para la sociedad y sus miembros, comprometiendo glorias pasadas y esfuerzos futuros.
Pareciera que el concepto de soberanía es entendible solamente cuando se refiere a agresiones externas que afectan el territorio de un país. Ese criterio, parcial y circunscripto, deja un enorme campo indefinido que hace a la real fortaleza de una nación. De esa manera equívoca se defiende un país solamente con las armas, y por ende la independencia está basada en el mero acopio de armamento y el entrenamiento masivo de quienes en teoría lo transportan. Es decir que se degenera un concepto básico para mantener la cohesión de un pueblo llevándolo a una mera capacidad de ejercer la violencia frente a la violencia armada exterior.
La soberanía de una nación implica una aceptable armonía de sus componentes, independientemente de las disidencias circunstanciales y de las divergencias de opiniones entre sus integrantes. La soberanía también está en la capacidad del uso racional de la riqueza común, sin despilfarros absurdos ni destrucción de bienes que comprometan el porvenir.
Circunscribir la soberanía a la seguridad externa, y soslayar la seguridad interior, es una falacia peligrosa. La seguridad de los habitantes de un país debe ser plena frente a cualquier agresión interna o externa, y esa agresión puede ser también fruto de actividades delictivas organizadas, llámense bandas, mafias, traficantes de vidas y bienes, etc. Los símbolos patrios tienen valor y vigencia, en la medida en que los ciudadanos se sientan protegidos por una legislación equitativa que se aplique, y por una justicia noble que se ejercite.
Siempre he sostenido que no se puede separar el concepto de seguridad de la vigencia de la justicia. Si la seguridad interior es endeble, la justicia debe apuntalar al pueblo, reparando rápidamente el desequilibrio que provoca toda violenta aberración dañosa. Si así no lo hace, la administración de justicia se convierte en un ente burocrático más, de incierto resultado y extemporánea adjudicación.
Resulta aberrante para el sano entendimiento, por ejemplo, que en cárceles de máxima seguridad no solamente se pierda el control de las mismas en forma masiva, sino que se pueda matar dentro de ellas como una manifestación de poder, y negociar en un pie de igualdad los que están presos con sus captores. La existencia entre los detenidos de poderosas fuerzas centrífugas no debería sorprender a quienes son responsables del control de los delitos. La lentitud de la justicia provoca la rapidez de falsos e ilegales justicieros, tengan éstos uniformes o estén envueltos en dogmas sectarios que convocan a la acción punitoria.
Crecer como país requiere crecer cada uno de nosotros como seres humanos.
Reitero, si no hay seguridad interior no hay soberanía plena vigente, y tendrán que vivir encerrados en sus casas los hombres honestos para evitar la depredación de quienes no lo son y circulan por las calles.
Este es el desafío de esta generación, para que la de nuestros hijos pueda seguir respetando los símbolos patrios que les traspasamos, porque perderemos dominio territorial en los lugares carentes de seguridad y justicia permanente .
Carlos Besanson |