Recuerdo que cuando estudiaba anatomía en el secundario se nos enseñaba como un concepto fundamental el principio que la función hace al órgano; lo que dicho, en otras palabras, significa que el órgano que no funciona se atrofia y se degenera. Es así como en el transcurso del tiempo se observa que lo que era el servidor públicose convirtió en el funcionario, y quien estaba destinado a servir al ciudadano termina accionando sobre el ciudadano. Así todos se transforman en ocupantes de un Estado que termina anulando el concepto de Nación.
Luis XIV decía con firmeza L’Etat c’est moi, hoy muchos dicen contemporáneamente el Estado soy yo. Y en tiempos de su sucesor Luis XV esa concepción egocéntrica reclamaba après moi le Dèluge. ahora muchos funcionarios también repiten: después de mí el Diluvio. Y ya estamos en pleno diluvio que amenaza con ahogarnos a todos. Pedir que no hagan olas, no sirve en este caso
Cuando era pequeño mis padres me repetían constantemente que si alguna vez tenía algún problema en la calle debía pedir inmediatamente apoyo a un agente de policía. Ese consejo lo daban la mayoría de los padres de aquel entonces como un mecanismo de salvación frente a situaciones riesgosas.
El vigilante, como así lo llamaban todos, era para los niños un ser respetado que tenía la imagen de un tío cercano. Para el vecindario era como un Don Juan caballeresco sumamente interesado en las jóvenes que se cruzaban por su parada, pero que jamás las prepoteaba.
El tiempo pasó y los usos y costumbres también. No es habitual ahora que los padres recomienden apelar al consejo y al apoyo policial. Lo del tío quedó en un cuento lejano.
¿Cómo conseguir que esta sociedad recupere su fe también en la policía? Apunto algunos caminos transitables, más dignos de intentar que hábiles campañas institucionales para salvar una imagen distorsionada:
•Lograr que el policía sepa discriminar entre el hombre honesto, el infractor y el delincuente. No hay duda que si la diferencia del trato está influenciada por la capacidad de cotización, el hombre honesto jamás puede competir con el delincuente profesional, ya que no tiene por qué negociar sus derechos.
•Lograr que el ciudadano pueda entrar sereno a una comisaría, sin el temor sobre el trato y la consideración con que será atendido.
•Lograr que todos seamos iguales ante la ley, incluso los policías.
•Lograr que el policía no sea contraparte del ciudadano y menos juez de su tiempo y de su honor, y victimario de su orgullo.
•Lograr que el ciudadano pueda salir de una comisaría a la que concurrió para una gestión, antes que el delincuente que compareció por una imputación.
•Lograr que la gente vuelva a tener el convencimiento de que sus denuncias serán honestamente investigadas, sin correr el riesgo de ser maltratados porque como denunciante arruina alguna falaz estadística sobre delincuencia, en la que la población no cree.
Por esos caminos, es factible aproximarnos al deseo compartido por ciudadanos honestos y hombres de la ley de que nuestros hijos sientan nuevamente a ese vigilante como al tío cercano de otros tiempos. No es tan difícil el tratamiento si aceptamos que estamos enfermos y que el órgano no funciona como corresponde.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 152 del 28 de marzo de 1990 |