Desde que el hombre se integró con sus semejantes necesitó siempre definir puntos de referencias para que sus pensamientos, y la comunicación de los mismos, sean entendibles por los demás. Este concepto básico y elemental requirió siglos de elaboración para que las pautas fueran aceptadas por distintos grupos humanos. Desde el medir y contar objetos y bienes muebles e inmuebles, hasta ponderar conductas humanas requirió largos debates y confrontaciones a veces duras, que llevaron alternativamente de la concordia a la discordia, en un camino de ida y vuelta que no siempre ha sido ni civilizado ni equitativo.
Así como aprendimos en los estudios primarios de matemáticas que la recta es la línea más corta entre dos puntos ¿cuál es la línea más corta en la comunicación humana? parecería que no siempre se presenta como un trazo directo y claro. La elipse y el espiral en la transmisión de ideas ¿ayudan a un fácil entendimiento general? Recuerdo que en el colegio secundario se estudiaba en literatura a Góngora como al creador de un estilo que complicaba bellamente la captación del mensaje por parte del lector. Pasó de moda ya ese autor, pero la vocación de complicar el entendimiento de grupos humanos ya no pertenece en exclusividad a cerrados círculos literarios, sino también a emergentes sociales que buscan ser escuchados y seguidos, pero que eluden sus incongruencias con juegos de palabras.
¿Cuál es la medida para calificar conductas humanas? Los códigos, civil, comercial o penal, pueden marcar pautas de referencia. Pero si tenemos en cuenta que los usos y costumbres generan las bases sociales para la elaboración y promulgación de las normas jurídicas, debemos dar más importancia a esa fuente generadora que crea, por consenso o disenso, las bases para su aplicación o inoperancia. Si la sociedad acepta que la riqueza no se logra trabajando, y no sanciona moralmente a quiénes ostentan esa forma de pensar y hacer, sus componentes ciudadanos están perdiendo los anticuerpos que defienden la organización comunitaria. Si la sociedad no excluye como operadores políticos y sectoriales a quiénes se jactan de ese modus vivendi, de palabra o de hecho, comienza una disgregación enfermiza, que puede no notarse en varios años, pero que sí se paga durante varias generaciones.
Los medios de prensa reflejan en forma inmediata los hechos y dichos de personajes que han buscado su fama utilizando esos mismos instrumentos de comunicación para destacarse. Estar en el candelero termina quemando a quiénes, para ser mejor vistos, se acercan demasiado al borde del candil. La ciudadanía debe aprender a discriminar públicamente lo que es buena y mala fama. Sólo así nuestros hijos sabrán discernir apropiadamente entre los elementos que integran la vidriera del Cambalache, por que en realidad nada es igual.
No alcanza un buen diagnóstico para impedir un colapso, personal o social. Hace falta también un buen tratamiento a tiempo. Sino el diagnóstico sólo ayudará a saber el porqué del fracaso final, es decir se convierte en apenas una autopsia anticipada de lo que va a ocurrir en el cuerpo social. El auténtico liderazgo no necesita de injustos factores de poder, ni de arbitrarios manipuleos. Es la espontánea aceptación, por parte de la mayoría de un grupo, del reconocimiento de la capacidad, claridad de objetivos y espíritu de sacrificio de hombres con auténtica vocación de servicio hacia sus semejantes. Está claro para todos que el servicio no es letrina.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 550, del 12 de noviembre de 1997 |
