El concepto de ahorro en ciertas sociedades está relativamente aceptado, pero mal aplicado. Todos sabemos que el ahorro de dinero es un elemento básico esencial para la formación de un capital. Pero esta aceptación intelectual no tiene vigencia cotidiana en su aplicación.
Porque ¿qué es ahorrar? y ¿para qué? dentro de una comunidad. Quizás el para qué oriente mejor la contestación de esos interrogantes. Se puede ahorrar para formar un capital destinado a la creación de bienes de producción; por ejemplo un torno. O una inversión para lograr más eficiencia en la prestación de un servicio; una computadora para aquél que lleva contabilidades, o escribe textos. Lamentablemente, muchos empresarios prefirieron trabajar con el dinero ajeno y no con el ahorro y reinversión de utilidades. Durante años la gran mayoría de nuestros capitalistas se jactaron de usar exclusivamente dinero de los bancos, y de préstamos en general como única forma de intentar potenciar sus empresas. Manejar el dinero ajeno como única fuente de recursos no genera precisamente la cultura del ahorro
Pero así como los empresarios se acostumbraron a manejar únicamente el capital ajeno, también surgieron los funcionarios que consideraron que su negocio y principal actividad era emplear los dineros públicos. Es decir, un porcentaje importante de la clase gerencial y ejecutiva se formó en la escuela de la utilización de los fondos no propios çomo fuente de utilidad. Por lo tanto los riesgos de mala administración se convirtieron en frecuentes siniestros, y los aportantes, voluntarios o no, fueron perdiendo cobertura, y por ende seguridad.
Era un ambiente en donde nadie se atrevía a contradecir la jactancia cotidiana que emitía frases como Mis acreedores tienen que cuidarme para que no me enferme y rezar para que no me muera. En el fondo era el sustento moral de la bicicleta financiera. Con el tiempo se fue degenerando aún más la cosa y los créditos bancarios, como así también los préstamos financieros, se aplicaron a adquirir casas veraniegas o autos último modelo, que aparecieron en las carpetas de declaración de activos, disfrazados de bienes de capital mediante un falso uso.
Pero también la falta de la debida aplicación del dinero generó la cultura del despilfarro, que fue otro de los males de nuestra sociedad. El mal gasto, el desperdicio de insumos, el mal empleo en las tareas y componentes, fueron los elementos, que al carecer de un sustento ético, detuvieron el desarrollo social.
Hay un factor, muy importante en la vida del ser humano, que no siempre es respetado: es el tiempo. También somos malos administradores de él. Tampoco sabemos ahorrarlo, y en eso juega muchas veces la filosofía de la bicicleta. Creemos que ganamos difiriendo las decisiones, o el comienzo de ejecución de las tareas; en realidad, perdemos el tiempo
Una sociedad no puede progresar, si cada uno de sus habitantes no es conciente del buen empleo de su tiempo y de su dinero. Sólo así, y con esa filosofía vigente en plenitud los ciudadanos pueden exigir a sus administradores el sentido común del buen padre de familia que señalaba el viejo derecho romano a los mandatarios públicos o privados.
Es la cultura del crecimiento.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 217, del 26 de junio de 1991 |