Estoy en desacuerdo con la denominada pena de muerte. Sin embargo desde la antigüedad observamos muchos casos de muertes que dan pena porque son injustas. En criminología, algunos maestros del derecho señalan que, el miedo a la muerte no es un elemento que el delincuente tenga en cuenta en los momentos previos a su delito. Más aún, en los países que aplican esa sanción, observamos las continuadas apelaciones de los condenados a muerte, destinadas a prorrogar semana a semana, mes a mes, la ejecución de las mismas. No obstante, llega un momento en que, pese a las dilaciones, el castigado busca subconscientemente terminar con una vida sin objetivos, pero de constantes suspensos.
El hombre no siempre ha sido equitativo en la forma de generar riqueza y de distribuirla. La pérdida de la esperanza, sobre situaciones posibles y viables, es una forma de adjudicar una lenta pena de muerte ¿En política económica se tiene en cuenta, antes de definir una estrategia, las sanciones, justas e injustas, para quienes reciben esas orientaciones? Porque no es lo mismo la elegancia de ciertos discursos, o la fuerza argumental de determinadas conferencias, con la capacidad de ejecución real de cada uno de los elementos integrantes de la operatoria de un plan. Podemos parangonarlos, en un caso como un deseo virtual, y en el otro, como una estrategia en ejecución.
En muchas partes del mundo existe un constante movimiento pendular entre posiciones de izquierda y de derecha, y entre el respeto a los derechos de los demás y la violación descomedida de los mismos. Pero en nuestro país el movimiento del péndulo es muy acentuado en sus ángulos, y rápido en el desplazamiento. Por lo tanto los ciudadanos, y las actividades que éstos desarrollan, siempre tienen que estar preparados psicológicamente para que el péndulo no los golpee ni los arrastre.
La falta de manejo adecuado de los tiempos  hace que muchas políticas sean extemporáneas por tardías o por prematuras. La necesidad de cambio implica la adecuación a la realidad, no al futuro lejano, ni tampoco al mediano plazo, sino al presente. Son los dirigentes los que deben adecuar sus objetivos al futuro, pero jamás deben obligar a la sociedad a vestir ahora trajes espaciales para viajar en transportes urbanos. Esta comparación que parece exagerada a primera vista, es en su aplicación, en la versión cotidiana, dolorosa para la salud mental y física de un pueblo.
Todos tienen presente que, en el país del más o menos, es impuntual aquel que llega tarde. Creo que también lo es él que llega demasiado temprano. Lo lamentable es cuando no se llega nunca por carencia de conductores honestos.
Una sociedad necesita, según el viejo derecho romano, del animus societatis, es decir del espíritu de asociación. En una comunidad que integra una Nación, es fundamental crear y recrear constantemente ese animus societatis. Cada uno de los integrantes se considera con derechos y obligaciones proporcionados a sus capacidades y falencias. Quienes conducen esa sociedad son responsables de encontrar objetivos que animen ese espíritu de compartir y el orgullo de pertenecer.

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 734
del 23 de mayo de 2001