En momentos en que las Bolsas del mundo entran en una depresión, alienante para aquellos que aún creen que todo es un limpio juego, muchos deberían repasar sus esquemas de vida y sus escalas de valores
La mera acumulación de objetos no implica una clara definición de objetivos, en una sociedad publicitariamente inducida a un innecesario consumismo, que no aporta necesariamente mejores niveles de vida, sino ansiedades de tenencias, generalmente precarias.
No hay duda de que todos los habitantes de este mundo, cualquiera sea la fecha de su nacimiento, pertenecemos a una generación sandwich. Estamos en el comienzo de una nueva Edad, con muchas normas que no se adaptan plenamente a una realidad cambiante, y con otras, que aún no se han dado por falta de definición apropiada del contexto general.
Me imagino, que el shock emocional y el desconcierto que muchos adultos sintieron cuando el hombre llegó a la Luna, debió parecerse en algo, al que tuvieron los europeos cuando se enteraron de que Colón, y sus seguidores, descubrieron un Nuevo Mundo. Desde ya, mucho mayor debió haber sido la sorpresa y angustiante preocupación, de los nativos de estas tierras encontradas por los extraños expedicionarios conquistadores. Esos episodios, sumados a otros que la historia nos señala, fueron hitos que marcaron importantes segmentos, del transcurrir del hombre por este planeta.
Cada Edad señala grandes cambios en el entorno de las sociedades, y de los individuos que la integran. Las generaciones sandwich sufren, en la transición, el ataque de nuevos virus político-sociales, totalmente desconocidos en algunos casos, o cepas nuevas en otros. También aparecen en el tiempo los remedios que neutralizan los nuevos males.
Pero los cambios en los entornos no implican necesariamente, los cambios de las tendencias naturales del hombre. Si repasamos a los filósofos de la antigüedad vemos las mismas inseguridades y dudas de nuestros contemporáneos.
Sólo una educación sabia, que conforme la cultura del individuo, puede potenciar los anticuerpos, que lo protejan de las enfermedades sociales.
Pero en esa ansia constante de tener y acumular mucho, de muchos, se pierde un elemento, esencial y básico, que es el tiempo. Este factor, si bien se puede aprovechar, o no, es irrecuperable, pero se pierde, si convertimos los hechos en meras anécdotas, dejando de lado algo que considero sumamente valioso, que es la experiencia de vida, en la cual debemos reconstruir el porqué de cada situación, y la razón de ser de los aciertos y errores, propios y ajenos.
Resulta tan peligroso descuidar el tiempo, restándole la real importancia que tiene, como vivir angustiado por el mismo. El equilibrio, obliga a aprovechar adecuadamente ese bien, sin tensiones ni engaños. Perder la capacidad de autocrítica es perder la brújula, y a la larga, por desorientación, perder el rumbo.
Así como en la sociedad de consumo producimos una enorme cantidad de desechos y desperdicios, que terminan en una basura contaminante, también esa sociedad puede llevarnos a la pérdida del tiempo en esta generación.
Los falsos liderazgos, que tardan en ser descubiertos, pueden mantenernos erróneamente en una incultura que nos perjudica en forma individual y social. Es como si hubiéramos elegido mal a nuestros maestros, de modo tal que terminamos con conocimientos tergiversados, vocaciones erróneas, y carreras inconclusas.
Los malos dirigentes no solamente son los que no nos dan educación y justicia adecuada, sino los que nos quitan posibilidades de trabajo, al no existir la plena igualdad, en una educación y justicia generalizada.
Una sociedad de consumo irracional termina con grandes exclusiones humanas, que transforman los desechos y basuras de los materiales, en despojos de los hombres

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 589 del 12 de agosto de 1998