El barril nunca se llenará si no existe un buen fondo que preserve el contenido; caso contrario funciona como un tubo por donde las cosas se deslizan.
C. B
No es la existencia de delincuentes lo que más perturba a los componentes de una sociedad, sino la impunidad en los delitos, la que genera la sensación de silencios encubridores. Las demoras en las soluciones convierten al tiempo en cómplice. Así las leyes se transforman en ineficaces libros sagrados en una sociedad integrada por incrédulos. Los usos y costumbres arraigados son una fuente que generan derechos. Los malos usos y las malas costumbres anulan los fundamentos básicos del derecho, convirtiendo así las normas legales en meras hipótesis de análisis jurídico.
Cuando el delincuente se siente inseguro en cuanto a las consecuencias de sus depredaciones, evita la constante repetición de hechos, porque el cálculo de probabilidades le va a resultar adverso en cierto momento. De esta manera se cuida de actuar jactanciosamente como un vividor del delito.
Así como hay gente que vende protección a la gente honesta, bajo promesa de cuidarla para que nada le pase, también hay gente que vende protección a delincuentes para que sus actividades sean soslayadas en cuanto a sus autorías. Así es como los N.N. llenan las carátulas de los expedientes criminales. El anonimato de los protagonistas activos es una característica mayoritaria que hace inoperante la aplicación de las normas penales.
También participan activamente en la venta de protección abogados que van adquiriendo notoriedad en la medida que defiendan casos famosos; es decir que sus mayores éxitos van a estar siempre condicionados por la cantidad e importancia de delincuentes que excarcelen, y que vuelvan a recircular por las calles en busca de nuevas oportunidades para apropiarse de lo ajeno.
Pero esa apropiación indebida no es exclusiva de individuos prontuariados, o que frecuentan a malvivientes, cuya única bandera es el desprecio por la vida, el honor y el patrimonio de otros. También en aspirantes a las altas esferas, sean privadas o estatales, encontramos a malvivientes disfrazados de señores, señorones y señoritos.
Basta repasar las constantes informaciones sobre negocios-negociados, o fraudes en bancos o en empresas con marca, muchas de ellas con hábiles voceros, jefes de prensa o directores de relaciones públicas, para darnos cuenta de que se brindan demasiadas ocasiones para tentar a los oportunistas, o a los profesionales encubiertos.
Si la corrupción es aguantada por el pueblo, es señal de que ha perdido su confianza en los poderes que administran el Estado y esto es un hecho muy grave que afecta a la democracia representativa. La resignación de los ciudadanos implica la pérdida real de la fe en los hombres que hablan de su vocación de servicio a la comunidad.
Los hombres públicos en funciones, y los que aspiran a sustituirlos, no deberían ser grandes problemas en un país con muchos problemas. Los juicios políticos, trabados algunos, y otros en ejecución serán siempre incompletos, si independientemente del resultado de una sentencia, no impulsan normativas tendientes a evitar las constantes ocasiones a hombres infatuados por la gloria de los ricos y famosos. Bastaría que, todos los que tienen cargos públicos o aspiran a ello, tengan su declaración de bienes en un banco de datos de consulta pública, para evitar parcialmente sorpresivos enriquecimientos sin causa. Repetidas veces he dicho que la solidez de las promesas electorales debería estar dada por la fuerza de un compromiso contractual de los candidatos.
Si una de las claves de la democracia es la publicidad de los actos de gobierno, no basta que se difundan las resoluciones en sus partes dispositivas, sino que se hagan públicos todos los antecedentes previos a una posible toma de decisiones. Sólo así pueden desaparecer las hipótesis de sospecha que genera todo lo que semeje al acto del príncipe.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 575
del 6 de mayo de 1998 |